No deja de ser fascinante que, prácticamente durante el mismo período en el que los babilonios construyen zigurats y se dedican a la observación del cielo y los astros, para desentrañar el futuro e interpretar movimientos y alineaciones, a miles de kilómetros de distancia, en el otro lado del mundo, el pueblo maya esté haciendo algo muy parecido con idénticos fines y comiencen a sentarse las bases de la Astrología Maya.
Para la cultura maya eran esenciales el Sol y el planeta que hoy llamamos Venus. En función de su movimiento, sus direcciones elípticas y la proximidad a otros elementos celestes, esta cultura mesoamericana elaboró un complejo calendario y no pocos vaticinios que llegan hasta el presente.
Tal era la importancia de Venus, que se ha sabido que los Mayas calculaban sus guerras basándose en los puntos inmóviles de Venus y Júpiter, incluso hacían sacrificios humanos después de la conjunción superior.
Astrología Maya: transmisión de la tradición
En el Codex Dresdensis (texto Maya más antiguo conservado, donde se habla, entre otras cosas, de la influencia de Venus, sobre los astros y sus alineaciones y las llamadas profecías de Kátun); podemos ver que éstos contaban con un calendario que describía el ciclo completo de Venus: el calendario se articulaba en cinco sistemas de 584 días, 2.290 días en total, u 8 años, aproximadamente y, cada cinco repeticiones de Venus completaban un ciclo maya.
En cuanto sol, también era esencial para esta cultura y para la Astrología Maya. Los Mayas supieron observar y determinar la variación de trayectoria solar a lo largo del año por el horizonte. En Chichen Itzá, durante la puesta del Sol, la serpiente de la estrella (o elipse solar) se levanta encima del lado de la escalera de la pirámide llamada El Castillo en el día del equinoccio de primavera y de otoño. Los Mayas no solo conocían los extremos del Sol en los solsticios, sino también los equinoccios en que el sol parecía salir justo al este o justo en el oeste. Las observaciones de la eclíptica solar, al igual que para los babilónicos, debió ser un elemento esencial a la hora de determinar correlaciones e interpretaciones sobre el futuro acontecer de los hechos.
Los Mayas retrataron la eclíptica solar en sus ilustraciones como una serpiente de dos direcciones. La eclíptica es la trayectoria del Sol en el cielo marcada por un grupo de constelaciones fijas de estrellas. Aquí la Luna y los planetas pueden verse porque están limitados, como la Tierra, por el Sol. Las constelaciones en la eclíptica también se llaman constelaciones del zodiaco.
Se desconoce con certeza cuáles fueron las constelaciones fijas en la eclíptica vista por los mayas, pero hay una cierta idea del orden en algunas partes del cielo. Lo fabuloso en este punto es la casualidad de las conclusiones Mayas con las que se realizaban en la otra parte del mundo, en Babilona; lógicas en su forma, por otra parte, pues los astros y sus movimientos son comunies y únicos; si bien la perspectiva de la visión y el estudio, varía según la posición terraquea
Se sabe, por ejemplo, que en los estudios celestes Mayas, existia un escorpión, que comparamos con nuestra propia constelación de Escorpio, pero con la diferencia de que sus pinzas coincidían con la actual constelación de Libra (ya se ha dicho que la distinta perspectiva puede provocar estos desajustes). También se ha encontrado que Géminis aparecía en la cultura maya como un cerdo o un pecarí, (un animal de la familia del cerdo). Otras constelaciones en la eclíptica eran identificadas como un jaguar, una serpiente, un palo, una tortuga o un monstruo del xoc, es decir, un tiburón o monstruo del mar.
Las Pléyades eran vistas como la cola de una serpiente de cascabel que se llamaba «Tz’ab.» Es evidente, por tanto, que se identifique y se asocie las distintas constelaciones y agrupaciones de astros con realidades afines a la propia cultura, pero en líneas generales, ambas dos, tanto la Maya como la Babilónica, viene a coincidir en la forma de lo observado.
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