El mal de ojo o la maldición son creencias tan arraigadas como la propia esencia del ser humano. Desear un mal a nuestro enemigo o a la persona que nos lastima es profundamente humano y antiguo, además peligroso si la persona que profiere la maldición o el mal de ojo cuenta con los conocimientos suficientes como para que tengan efecto sobre una tercera persona sus malos deseos.
Es, por tanto un elemento, quizá supersticioso que, sin temor a equivocarnos, se podría decir que llega hasta nosotros. Recientemente ha aparecido en un diario español, de tirada nacional la siguiente noticia:
Guatemala es un país supersticioso en el que se cree a ultranza en personajes como la ‘llorona’ o duendes, de ahí que muchos curanderos y hechiceros se hagan de oro curando supuestamente el mal de ojo y otras patologías sobrenaturales. Es tanta la creencia en estos males que la nueva ministra de Salud, Lucrecia Hernández, ha anunciado que los centros de salud van a comenzar a atender siete tipos de enfermedades ancestrales propias de la cultura maya y que, según ha asegurado, están provocando mortalidad infantil en algunas comunidades rurales.
Concretamente, el Ministerio va a formar al personal médico para curar el mal de ojo, así como la pérdida del alma, ‘malhechos’, el ‘chipe’, el susto, el flujo y los antojos. En un documento del Ministerio sobre las enfermedades en la cultura maya, se detalla que el mal de ojo puede ser causado por debilidad y mala alimentación de la madre que no amamanta bien a su hijo y que lo trae al mundo frágil por lo que al contacto con una persona de vista fuerte se produce un desequilibrio en el estado de calor normal del niño. «Como el niño está débil, su sangre no es fuerte y no resiste el cambio de temperatura, por lo que sus síntomas pueden ser irritabilidad, náuseas, diarrea, llorones o no duermen», señala el informe oficial.
Aunque parezca mentira, como podemos ver en la anterior cita, un poco extensa, pero del todo significativa, vemos como aún en determinados países a día de hoy es una cuestión trascendental en cuanto a la percepción de determinadas dolencias. Para muchos antropólogos, es quizá el peso de una tradición atávica que, determinadas afecciones como la desnutrición, o enfermedades vinculadas con los hábitos de vida, sean imputados a cuestiones relacionadas con la superstición y el mal de ojo.
Parece ser que este tipo de creencias tiene especial raigambre en sociedades culturalmente no muy desarrolladas y en estratos sociales bajos, dentro de países pobres o en vías de desarrollo.
Existen testimonios de la importancia de estos elementos negativos en culturas como la azteca, la maya o incluso en el propio Continente Europeo, donde era frecuente el uso de una maldición o un conjuro en boca de los acusados por brujería, lo cual, en su desesperación, solo agravaban su situación ante la Santa Inquisición.
Quizá no tanto en un contexto europeo, pero en otras latitudes, como en América, las maldiciones servían para canalizar, en gran medida, el miedo y la obediencia de las personas a determinados preceptos de los chamanes o los brujos. En este aspecto, en época precolombina, algunos pueblos mesoamericanos creían que una persona, en este caso cualquiera, podía ejercer el mal de ojo a una tercera persona, si lo miraba masticando los granos de maíz que luego depositaría sobre la boca de un cadáver; en otras zonas amazónicas, por ejemplo, cuando el hechicero conjuraba a los demonios antiguos, el resto de las personas miraba hacia el suelo para evitar que el mal, de ojo, les mirase directamente a ellos y quedasen afectados por la mala suerte.
En este sentido son muchos los testimonios y las formas de mala suerte o mal de ojo que podemos encontrar a lo largo de toda la historia del mundo, nos importa, en especial y a raíz del artículo anteriormente citada, aquellos puntos, aquellas zonas en las que tan fuertemente han pervivido, a modo de sentimiento y creencia colectivo, que hasta el gobierno de una nación como Guatemala tiene que tomar las medidas citadas anteriormente.
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