Pocas historias son, en la cosmogonía griega, tan dramáticas, tan intensas y tan crueles como aquella que narra la vida del hijo de Eolo y fundador de la rica ciudad de Corinto, el mito de Sísifo.
Cuentan las crónicas, que eran inmensos los rebaños de ganado que rodeaban la ciudad de Corinto, verdadera fuente de riqueza y prosperidad de esta ciudad. Se habla de Autólico, protegido del dios Hermes, el cual le había otorgado la habilidad de convertir todo el ganado (cabras y ovejas, en particular) en vacas y el poder de cambiar a los animales de color, de tal manera que el dueño de ese ganado nunca sabría que fue suyo a pesar de estar frente a éste.
Con el tiempo, cuentan las crónicas, que Sísifo vio como los rebaños de la ciudad disminuía. A Sisifo se le atribuye el don de la inteligencia. En vista del menor número de reses y de las burlas de Autólico, grabó con su propio chuchillo una frase en las pezuñas de los animales “me ha robado Autólico”, de esta manera desenmascararía el engaño.
Admirado por su inteligencia, Autólico desistió de robar más ganado y optó por enviar a su hija Anticlea para seducir al propio Sisifo y mediante los hijos de ambos poder heredar su astucia y su inteligencia y lucrarse así con los hijos de ambos, hecho el cual Sísifo descubrió cuando en pleno sueño y abandonado de consciencia Autólico confesó su estrategema.
Narra también la mitología helena, otro hecho que denota la inteligencia de este personaje, capaz incluso de engañar a los propios dioses. Es el caso de Zeus, transformado en águila, había raptado a Egina, hija de Asopo, dios de fuentes, manantiales y ríos. Poco después, el propio padre fue a pedir ayuda a Sísifo, sabedor de su astucia.
El mito de Sísifo: Zeus Padre redentor
Ante tal ruego, Sisifo accedería a darle el nombre del raptor de su hija, solo si accedía a crear un río en la cima donde estaba creciendo la ciudad de Corintio, ante la desesperación de ver desaparecer a su hija, el dios de los ríos, accedió. Sisifo le confirmó que había sido el propio Zeus, que, prendado de la belleza de su hija, bañándose desnuda en una fuente y convertido en águila la había raptado para poseerla.
Zeus, aun estando Sísifo en lo cierto, descargó toda su irá contra él. Muy pocas veces, en toda la historiografía griega vemos un castigo y un tormento tan cruel como el que le impuso el Dios de todos los dioses al maltrecho Sísifo.
Zeus lo condenó a no salir nunca jamás del inframundo, de los dominios de Hades, pero tal era el vigor en el corazón de Sisifo, las ganas de volver a su Corintia natal y su astucia que incluso logró escapar otra vez del mismísimo Hades.
Al final cuenta la historia que fue Hermes quien lo atrapó. Al preguntarle por qué se revelaba contra los deseos de Zeus, Sísifo respondió que anhelaba volver a su bella Corintia. En ese momento Sísifo, ya por siempre, quedó condenado no a morir, sino a tener que transportar una pesada piedra por la empinada ladera de una montaña próxima a Corintio y justo cuando llegase a la cima, dos cuervos le devorarían los ojos para que jamás viese lo que tanto anhelaba su corazón. Sísifo pidió incluso la muerte antes que tal tormento, no por el dolor en sus manos y las yagas en sus pies al empujar la roca, sino por privarle de ver su hermosa ciudad, a lo que el propio Zeus le concedió el deseo: moriría una vez llegado a la cima, ciego y sin ver su hermosa ciudad, y al poco volvería a resucitar otra vez en la base de la montaña, otra vez con la pesada piedra sobre sus manos y la dolorosa carga sobre su alma de querer ver su cuna y justo no poder hacerlo por tan solo unos instantes.
Ese es el drama del mito de Sísifo, una hermosa historia desgarrada en crueldad y con una significación que trasciende el propio contexto griego. Un personaje que no pudo ver el declive y la decadencia de su ciudad, años después de su maldición, porque quizá sin saberlo, al privarle del privilegio de ver Corinticio, Zeus le ahorró también el dolor de ver como su ciudad envejecía y se hacía corrupta y decadente
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