Se estima que cerca de 500.000 personas fueron entregadas a las llamas durante los Siglos XV, XVI y XVII, bajo acusación de brujería. Teóricamente este tipo de actos “contranatura” eran origen de múltiples males: sequías, hielos, plagas, pandemias, etc. En realidad este tipo de prácticas existieron desde siempre, los orígenes se remontan a épocas anteriores al cristianismo, de naturaleza pagana y, en un principio eran actos vinculados con la madre naturaleza, si bien a medida que aumenta la presión religiosa, las ceremonias van tomando un cariz oscuro y de naturaleza adoradora del Ángel Caído. Esta es la historia de las Brujas en Europa.
El Sabbat o aquelarre, solía celebrarse en determinadas fechas concretas, junto a un nogal o un espino, y siempre, evidentemente, en lo más escondido e intrincado del bosque. Estas ceremonias se seguía todo un ritual que dirigía el propio Lucifer transfigurado bajo la apariencia de macho cabrío y, cuyo cenit, solía ser el mantenimiento de relaciones sexuales con el propio Satanás.
La brujería como tal es un fenómeno común a toda Europa y siempre vinculado a un contexto rural. En muy pocas ocasiones se juzgará o se condenará en grandes núcleos de población.
Brujas en Europa: La Santa Inquisición
La Santa Inquisición Medieval se creó en Languedoc, en el sur de Francia, sobre el año 1184, para combatir las distintas herejías de los cátaros y otros elementos que no se sometían a la Santa Medre Iglesia. Es en 1249 cuando se instaura en el Reino de Aragón, vinculándose con el propio estado. Con la unión de los Reinos de Aragón y Castilla, se extenderá bajo el nombre de Santa Inquisición Española, y estará presente de manera muy activa hasta el año 1821, tanto en la Península como en las Colonias.
De esta manera, la Inquisición española fue de las más despiadadas de toda Europa, se ocupó denodadamente de la persecución de las brujas y la eliminación de todo vestigio pagano.
A las denuncias, a veces hechas por clientes insatisfechos de curanderas que no habían acertado con el tratamiento de su mal, seguía la declaración ante jueces eclesiásticos. Se estima, por las actas y los documentos de acusación que han pervivido, que casi un 97% de los acusados confesaban su culpabilidad, tras horas de tormentos y terribles torturas.
A todo ello ayudaban las características psicológicas de las brujas, las cuales, en muchos casos podían ser personas de naturaleza enfermiza, o con principios de histeria, mal nutridas, débiles o marginadas. Ocurría también que, muchas veces, embrujando o echando mal de ojo se vengaban de su situación y se confirmaba su supuesta condición de amante de Satanás.
La brujería, desde un punto de vista sociológico, más allá del elemento de misterio y de confirmación diabólica, ha supuesto un fenómeno de trascendental importancia en toda Europa y en España, debido a las profundas implicaciones sociales que tuvo en el pasado. Las brujas, los brujos, los hechiceros, los chamanes, los curanderos o los yerbateros; reciban el nombre que reciban, son seres comunes a todas las culturas, con los conocimientos y las habilidades precisas para desentrañar el misterio que envuelve al hombre en la oscuridad de la Edad Media y el Resplandor de los Siglos XV y XVI cuando nuevas realidades y nuevos conocimientos compiten por la pervivencia y el desarrollo de una cultura terriblemente sometida al dogma cristiano.
Es hemos dicho, una fenomenología que se desarrolla en un contexto rural, eminentemente aislado y en origen, siempre, de una naturaleza femenina y matriarcal. En esencia existen brujas, raramente brujos, dada la condición femenina son seres proclives por un lado a la marginación social y por otro a atesorar conocimiento perdidos y ritos paganos perdidos en la memoria de los tiempos.
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